Extinción de dominio literario

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Por:LISANDRO DUQUE NARANJO.


Muy razonable lo que les dijo Carlos Gaviria Díaz a Juan Manuel Santos y Luis Carlos Restrepo, en el sentido de que ellos no tienen por qué hacerle la agenda, poniéndolo a perder tiempo con exigencias extravagantes. El reclamo del presidente del Polo Democrático, que no es la primera vez que tiene que hacerlo, fue a propósito del requerimiento perentorio, con rueda de prensa y todo, del par de funcionarios en el sentido de que desautorizara la reproducción de un artículo suyo -publicado varios meses antes en El Tiempo- en la página web de Anncol, agencia ésta que a juicio del Gobierno es de las Farc.

Las Farc, sin embargo, tienen su propia publicación en el ciberespacio, que se llama "Farc-EP", y debo decir que a mí acaban de reproducirme, sin solicitud de permiso, el artículo que me publicó El Espectador hace quince días sobre Jaime Pardo Leal. Raro ese pluralismo, si se tiene en cuenta que ahí me refiero a la UP como "una alianza enferma de nacimiento", justamente por haber tenido entre sus fundadores a las Farc, las que cuando se rompieron las conversaciones de paz, dejaron a los civiles montados en la vacaloca. También expresé que el gran error en ese entonces, tanto de las Farc al ratificarse en la lucha armada, como de los inermes al seguir cargando solos ese piano, fue que ninguno de los dos delimitó fronteras con sus aliados de la víspera, lo que terminó costándoles la vida a íntegros los que siempre actuaron en la legalidad. Unos incautos, sin duda.

Advierto que me enteré de la reproducción de esa columna porque tengo un servicio de Google que me informa con una campanita sobre informaciones en las que aparece mi nombre, que conste. Felizmente, y a diferencia de Carlos Gaviria, soy una persona del montón a la que el alto gobierno no lee y no va a pedirme, por lo tanto, que desautorice a esa organización por ampliarme el número de lectores, aunque no paguen. Claro que si me llegara un cheque, a la fija me caerían por lavado de activos, y ya me vería yo justificando esa platica por concepto de venta de un obituario sobre un amigo. Para no ser extraditado entonces, por transacciones literarias ilícitas, dejémoslo como un bien expropiado sin derecho a indemnización, y ojalá que sin la extinción de dominio con la que Santos y Restrepo quieren clavar el artículo del doctor Gaviria Díaz. Este país es un caso, y qué buenas comedias podrán escribirse un día de éstos.

Hace algunos años, y todavía me pregunto por qué, cuando Carlos Castaño dirigía la web de las Auc -y sin perjuicio de que con el mismo logotipo me llegaran una amonestación anónima y otra firmada por Ernesto Báez, muy miedosas ambas-, me reprodujo con elogios una columna titulada "De Heidegger a Háider", sobre el éxtasis nacional a propósito de un actor muy malo que fue victorioso en el reality Protagonistas de novela, y al que Juan Lozano convirtió, muy emocionado, en un paradigma de la antioqueñidad y en un símbolo del naciente siglo XXI, comparable al por entonces ganador de la Presidencia de la República, el doctor Álvaro Uribe. Con los años, sin embargo, el pobre Háider no fue reelegido para próximas telenovelas, lo que no significó para los dramatizados ninguna hecatombe.

Uno escribe, y en mi caso hasta películas hago también de vez en cuando, para que lo lean y le vean sus obras. Hasta ahí llega la responsabilidad y jurisdicción de un autor, bastante complejas ambas como para que encima de eso se lo quiera obligar a que rastree quién lo lee, o lo piratea, o lo reproduce. Sobre todo en estos tiempos de tecnologías tan accesibles y de doctrinas tan incontrolables. Un artículo, por ejemplo, que escribí en esta columna contra la cátedra de religión católica en los colegios, lo han reproducido iglesias evangélicas, que tampoco me gustan, pero yo qué hago. Mi película Visa USA le encantó hace veinte años a la embajada americana en Bogotá "porque desestimulaba la emigración ilegal".

Mi película Milagro en Roma se exhibe todavía entre comunidades internacionales de creyentes en la resurrección y de practicantes de la congelación de cadáveres para que vuelvan a la vida, ya sin hielo encima, en un milenio posterior más feliz. Acosar, pues, moralmente, a un autor, no tanto por lo que expresa como por los lugares en los que se lo lee o se lo divulga, es tanto como pedirle a Fernando Botero, o a los herederos de Picasso, que impidan que los mafiosos que han comprado sus cuadros los cuelguen en las paredes de sus mansiones. Y tampoco.

lisandroduque@hotmail.com

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