Curioso que Plinio Apuleyo Mendoza, en su columna del viernes pasado, haya escrito que "la inseguridad —se refiere a la causada por la guerrilla— juega a favor del diálogo".

¿Les parece, a quienes la descalificaron, tan inepta esa muchedumbre —conformada por miembros de organizaciones cívicas, religiosas, obreras, étnicas, de género, estudiantiles, políticas, LGTB y campesinas—, como para que ni siquiera tenga noción acerca de lo que hace de su vida diaria algo azaroso? ¿La humildad exime de iniciativa? ¿Vinieron a caminarse esta ciudad, después de viajes de 14 o 18 horas, a mentirnos con el cuento de que a sus cultivos les hacen daño las fumigaciones, o de que a sus ríos los pudre la gran minería, o de que de sus tierras los expulsan los expansionistas de la palmicultura? ¿Se equivocan al venir a la plaza simbólica de los poderes a poner el grito en el cielo, porque donde chisten en las lejanías que habitan ahí mismo los arrojan a las fauces de las bacrim? ¿O porque por allá la opción es enrolarse en las filas de quienes supuestamente los redimen, atomizándoles sus familias y provocándoles al poco andar una enorme decepción, cuando no la muerte? ¿Piden mucho, o representan causas sospechosas, sólo porque entre sus reclamos incluyen la necesidad de una paz negociada que mitigue en algo su desesperación?
No creo, además, que las Farc cuenten con la fortaleza para haber despachado semejante gentío, o al menos una buena parte del mismo, hacia Bogotá. Y es rarísimo que el Ejército sobredimensione las potencialidades logísticas de esa organización, sobre cuyo aniquilamiento ha guapeado tanto diciendo que está de un cacho. A menos, claro está, que quiera chantajear al presidente con una huelga de fusiles caídos que, también según Plinio, “ha significado una disminución del 80% de su accionar, por no habérsele otorgado el fuero militar”.
Y por supuesto, no me imagino a Piedad Córdoba —el turbante visible que inspira a docenas de líderes en las regiones remotas—, dándoles a las Farc tantas coordenadas sobre las direcciones de Bogotá a donde debían mandarle mil doscientos buses procedentes de los más disímiles extremos de nuestra geografía. Tampoco, tampoco.
Evidentemente, la marcha del lunes le cambió el caminado a la política en Colombia.
Paul McCartney
Gracias al alcalde Gustavo Petro por haber roto el tabú de que El Campín era impensable para grandes conciertos. Gracias a Fernán Martínez por haber traído a Bogotá a Paul McCartney. Y gracias a Hollman Morris por haber transmitido, a través de Canal Capital, la mejor hora y media del concierto del legendario exbeatle.
Hay colombianos que por sus luces largas, le permiten a uno recuperar la certeza de que no todo está perdido en este país.
Por: Lisandro Duque Naranjo