Antes de que se antojen de lo mismo el resto de artistas o los agremiados de otros oficios, en mi condición de cineasta y actuando en nombre propio, le propongo al Congreso de la República que, a quienes trabajamos en la creación fílmica, se nos otorgue el carácter de aforados, es decir, de protegidos por un fuero especial que le impida a la justicia ordinaria ocuparse de las faltas en que incurramos, y que se nos permita, en el caso de infringir alguna norma, comparecer ante un tribunal conformado por directores, guionistas, representantes del área técnica, el sector de la actuación y los extras.

Esta solicitud está inspirada en el hecho de que nos consideramos creadores de actos estéticos que mejoran el nivel cultural de los espectadores. También se motiva en la desmoralización que nos genera el que no se valore nuestra misión en sus aspectos más abnegados, que los son casi todos, desde cuando se emprende la escritura de un guión, hasta el momento en que el producto final puede proyectarse en una pantalla.
Por elemental decoro citaré apenas algunas de las adversidades que acompañan la cotidianidad de esta heroica profesión, que desde luego no alcanzan a ser compensadas por supuestos privilegios tales como invitación a festivales o concurrencia a estresantes premieres, a cuyo público, la mayoría diletante y que no paga ni un peso por la entrada, no sólo hay que ofrecerle licores y pasabocas, sino que debe soportársele que salga de la sala echando pestes de la película.
Luego de un año y medio de contraer deudas que provocarán el acoso de los acreedores por el resto de la vida; de lidiar con actores, sobre todo algunos de televisión, que exigen comida zalamera y quieren que se filme con dos cámaras para terminar rápido; de rogarles a los mirones de la filmación que hagan silencio para que no se tiren el sonido; de explicarles a los cineclubistas el por qué la cámara alquilada no es en 3D, y el por qué el fotógrafo contratado no es el mismo de Avatar, etc., ¿es justo, entonces, que por no quedar la historia digna de ‘La semana de la crítica en Cannes’, es decir, hermética, haya quienes se atrevan a descalificarla porque ‘no fue capaz de arriesgarse narrativamente’?.
Es obvio que un cineasta normal, ante tanta presión, se paraliza en los rodajes, e incluso después de ellos, cuando ve su película vendiéndose en versión pirata por dos mil pesos, o cuando la ve retirada de las salas a destiempo, cuando aún no ha logrado el punto de equilibrio con respecto a sus costos de inversión, ahora agravados por haber suspendido el Ministerio de Cultura la subvención de 600 pesos por boleta vendida y el presupuesto para los premios bienales a las mejores películas.
No proceder exaltado contra los causantes de esas calamidades, no es más que temor al síndrome de la justicia ordinaria que consideraría punible, por ejemplo, una protesta que bloqueara el ingreso al Ministerio de Cultura de usuarios de otras artes, o de espectadores que quieran entrar a las salas oscuras de los centros comerciales.
Por eso, y sin que de este pedido se culpe a mis colegas, a quienes no consulté, solicito que al gremio de cineastas inermes se nos conceda el fuero de ser juzgados por nuestra propia gente, única que puede entender el motivo de nuestros excesos en el set o fuera de él.
No es mucho pedir si se tiene en cuenta que los militares, a pesar de los falsos positivos —los cineastas sólo trabajamos con ese falso negativo que es el video—, quieren juzgarse entre ellos mismos, y los magistrados, por congresistas a quienes les tienen gente colocada en buenas posiciones.
Por: Lisandro Duque Naranjo