- Iba a ser otro el asunto del que me ocuparía en esta columna, pero no obstante ser inhábil para escribir bajo la presión del tiempo, sobre todo si el horario para enviar el artículo al periódico está por vencerse, no me perdonaría ignorar —a causa de un perfeccionismo que las circunstancias vuelven inocuo— un hecho que me ha puesto los pelos de punta y del que siento mi deber informar a los lectores

Esta arma ya ha sido usada para pulverizar objetivos humanos, y a cuantos han estado próximos a ellos, en Palestina y Chechenia. Bueno, y acá en Colombia, Raúl Reyes y el Mono Jojoy fueron acribillados mediante tecnología similar. En cuanto a Piedad, el hombre que hizo la confidencia informó que ya se han hecho varios ensayos con objetivos simulados y que el experimento pinta exitoso. La cuantía ya pagada a quienes cumplirían con el magnicidio fue de mil millones de pesos.
No para ahí el asunto, pues según el hombre, una vez lograda la eliminación de la mujer que simboliza la búsqueda de una paz negociada en Colombia, la persona marcada para correr la misma suerte, y con igual procedimiento, es el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.
Tratándose de este país, esas amenazas no constituyen una ficción en absoluto, sino algo que todos los ciudadanos con dos dedos de frente teníamos la obligación de suponer inminente, pues la paz, que es apenas un runrún todavía sin asidero en actos contundentes de gobierno, y con voluntad todavía insuficiente de parte de las Farc, les aguaría la fiesta a muchos sectores que pelechan en la guerra con enorme prosperidad.
Si se consumara un acto como del que ya mismo tenemos que proteger a las dos víctimas potenciales, moñona que nos convertiría en la vergüenza del planeta, la caverna de este país, perfectamente identificada con pelos y señales, no sólo abortaría las precarias intuiciones que tenemos ahora de una Colombia tranquila, sino que echaría a andar, por un tiempo mayor o más cruel que el ya padecido en los últimos cincuenta años, una máquina de destrucción física y moral que le impediría a esta tierra levantarse jamás.
Ni siquiera quienes antipatizan con Piedad, pero que no por eso desean verla muerta, pueden permanecer indiferentes respecto al horizonte que su desaparición violenta le significaría a Colombia. Con Petro igualmente.
Necesitamos un pronunciamiento exento de retórica por parte del gobierno. Y acciones suyas para desarticular ese guarapazo que por supuesto a él también lo desestabilizaría. Y un estado general de alerta en la opinión y las fuerzas institucionales, jurídicas, sociales, cívicas, culturales, religiosas y políticas, a efecto de que se pronuncien para que sean desenmascarados y condenados los que tengan que ver con este proyecto letal. Aquí no apenas está en juego la vida de dos personas, sino que por lo que ellas simbolizan, su eliminación física alargaría a perpetuidad el destino trágico que la mayoría de nacionales estamos ilusionados en dejar atrás.
O cara o sello. Así están las cosas, menos mal que aún a tiempo de evitar que el mundo se nos venga encima.
Por: Lisandro Duque Naranjo