Un expresidente suelto

Para su intervención el pasado jueves en la Comisión de Acusaciones, el expresidente Uribe había creado expectativas en torno a hechos reveladores sobre una "venganza criminal" en su contra.

Incauto consumidor de primicias, estuve entonces atento a la tal versión libre con una enorme curiosidad por escuchar aunque fueran mentiras, pero con el atractivo de que sonaran frescas. Pues me quedé metido en vista de que el ex presidente soltó el mismo repertorio trillado sobre la inocencia de sus subalternos presos y su jefa del DAS exiliada, y contra sus ya clásicos “victimarios”, Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Hollman Morris y Daniel Coronell. Pero no soy desagradecido, y destacaré algunos fragmentos de esa alocución así sea para obtenerle utilidad al tiempo que permanecí frente al televisor. Hubo, por ejemplo, un momento en el que, queriendo invocar la transparencia de sus actos, intentó decir que siempre hablaba “con las cartas sobre la mesa”, pero lo traicionó el subteniente y la frase le salió como en realidad la sentía y la ejerció habitualmente: “yo siempre hablo con las armas sobre la mesa”. Para que algo le resulte sincero, pues, le toca equivocarse. En otro instante, justificando sus ultrajes verbales contra tanta gente en este mundo, dijo que “lo que pasa es que yo digo las cosas con arrestos”. Por supuesto que no fueron sinónimos como “ímpetus” ni “bríos” con los que asocié la palabra “arrestos” —poco usual en él, quien nunca ordenó que “arresten a fulano”—, sino con gritos tipo “¡agárrenlo por mi cuenta!” o “¡háganle gavilla!”, más de su estilo. Preguntado por qué calificaba de “terrorista” a Iván Cepeda, dijo lo siguiente de éste: “Nunca podría decir que el doctor Cepeda es un delincuente. He tenido discrepancias con él por los maltratos que me ha ocasionado a mí y a mis hijos”.

Aunque es asunto sabido, no está de más hacer memoria del léxico con que el señor Uribe ha “discrepado” de Cepeda en sus trinos y arengas, en los que no lo rebaja de “Sicario moral”, “Bandido mercader de los derechos humanos”, “Tramador con delincuentes”, etc. Cepeda, sentado muy cerca suyo —a casi un metro de distancia—, lo miraba vagamente sonriendo, más desdeñoso que desafiante, al igual que ese encantador de perros que teniendo a su lado un pitbull echado y mansito sabe que es una especie peligrosa que al menor descuido manda su tarascazo. Y preciso, al acabarse la sesión a la bartola, y estar ya fuera del redil, el hombre empezó a alzar la voz como todo un varón. La zootecnia no falla, y además Uribe estaba exhausto de tanta decencia. En cuanto a los dos abogados del expresidente, con razón no cobran, si es que no trabajan. Prueba de eso es que le permiten a su cliente decir tantas bobadas. Sobre Piedad Córdoba, verbigracia, Uribe se apareció con los refritos habituales: que en México pidió a los gobiernos que rompieran relaciones con el de Colombia, como si eso fuera un delito. Que en los computadores de Raúl Reyes hay alusiones inquietantes sobre “esa señora”, lo que no sólo no tiene nada de raro, pues ella cumplía ante las Farc una tarea de facilitación autorizada por su gobierno, sino que la Corte Suprema hace rato que dijo que para efectos jurídicos la información contenida en esos aparatos no valía un pepino. Pero además, irrespetando la memoria y la familia del doctor Jaime Gómez, asesor de Piedad, atribuyó la muerte de éste a un accidente de tránsito, cuando en realidad se trató de un crimen atroz cometido por agentes de seguridad que lo arrojaron a un abismo desde Monserrate. De encima, dijo de él que era un guardaespaldas, que es a lo que en realidad empiezan a parecerse sus dos abogados. El hecho es que Piedad, por previsión ante las consecuencias de cuanto dice de ella ese señor por ahí suelto, alzó vuelo a un exilio del que ojalá regrese pronto.

Relator: Lisandro Duque Naranjo - lisandroduque@hotmail.com