Me sorprendieron, tres días antes de su salida del Ministerio de la Defensa, unas declaraciones de Rodrigo Rivera en el sentido de que el famoso "fin del fin de las Farc" era un pronóstico equivocado y que esa organización había recompuesto su táctica para sobrevivir a la dura ofensiva militar a que fue sometida por la seguridad democrática durante varios años.

Ese cargo se planilló desde un principio para personas como Rafael Pardo Rueda, Fernando Botero Zea y Juan Manuel Santos. Y siempre fue un candidato natural para el mismo Germán Vargas Lleras, vástagos los cuatro de un curubito social con muchas campanillas. En cuanto a Gustavo Bell, pues por lo menos era vicepresidente y contaba con apellido extranjero. A Martha Lucía Ramírez se la aguantaron, no de muy buena gana, menos por su condición de mujer que de exministra, y además porque ella se dedicó no tanto a lo estratégico como a lo administrativo, si bien su obsesión por esto último también terminó siéndole incómoda a los uniformados. A Camilo Ospina sus “subalternos”, para cobrarle el dudoso honor de soportarlo como ministro, le exigieron unas prebendas que derivaron en los famosos falsos positivos.
Las lealtades, pues, de los militares, se parecen a las de las comunidades religiosas que regentan colegios: siempre en las fotos de grupo, la madre superiora aparece en el centro de la muchachada teniendo alrededor suyo a las alumnas más ricas del pueblo, y dejando a las de las familias menos pudientes regadas como una comparsa por el resto de la composición.
El modelo chileno-prusiano en que el fundador de la escuela militar, Rafael Reyes, basó la formación de nuestro Ejército, hizo de éste un cuerpo muy rígido y obsecuente respecto a jerarquías señoriales, únicas que le parecen genuinas. De allí que a un ministro civil procedente de las canteras de la clase media —como paradójicamente lo es esa mayoría de oficiales, de coroneles para arriba, sólo que llevan quepis y charreteras— lo consideren indigno de su acatamiento y sus rituales. La bocelería hace la diferencia. Un conocedor desde adentro de la vida castrense, el excadete de la Armada Juan Manuel Santos, quien de ingenuo no tiene lo que se dice nada, puso al doctor Rivera en el lugar equivocado, vaya uno a saber con qué intención. Y éste, que se las daba de tanto, comió cuento de la manera más incauta.
A ver qué pasa ahora con el nuevo ministro experimental, un personaje que, no obstante ser civil, es el delfín de un general, criado por lo tanto en cuarteles y acostumbrado a que los reclutas le hagan mandados.
Relator: Lisandro Duque Naranjo - lisandroduque@hotmail.com