Julio Martín Uribe

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Lisandro Duque Naranjo
Por: Lisandro Duque Naranjo
"Y tampoco creo nada/ de ese cuento tan manido/ de que el trato convenido,/ -y la palabra empeñada-/ son una cosa sagrada/ para el paisa negociante./ Aunque soy mal comerciante,/ cuando contrato con ellos/ exijo notario, sellos,/ hipotecas y garante...".

El autor de esta estrofa, una entre 27 de un texto muy provocador titulado "Antipaisa", se llama Julio Martín Uribe Restrepo, obviamente un antioqueño, y para mi fortuna, un amigazo de los de verdad. "Antipaisa", a su vez, forma parte de un libro de próxima aparición, titulado La guasa de Grillín, Amasijo de versos*, en el que se revela finalmente la identidad secreta de ese periodista versificador, o juglar, bastante agudo, que durante varios años les hizo gratas, con sus décimas mordaces sobre lo cotidiano, las mañanas a los oyentes del noticiero de RCN Radio que dirige Juan Gossaín. Vaya uno a saber por qué ese género festivo carece de pergaminos dentro de la literatura. A Julio Martín, en todo caso, eso no lo preocupa y parece que hasta lo comparte, con un absoluto desdén hacia la posteridad poética. Ciro Mendía y el Tuerto López fueron también autores picarescos con tal de arrancarle una risa al lector, aunque la academia los mirara de reojo o hasta llegara a ignorarlos. Lo divertido parece condenado a ser efímero, mientras al sufrimiento se le concede la gracia de lo eterno. A Aristófanes, el padre de la comedia, lo siguen ninguneando frente a los muy preclaros dramáticos Sófocles, Esquilo y Eurípides. Molière se escapó del anonimato talvez por ser francés, y a pesar de su Médico a palos. Y en cuanto a Quevedo, le perdonan la vida más por lo obsceno que por lo burletero.

Julio Martín había puesto ya en circulación un primer libro, Burbujas, en el 97. En ese entonces, me bastó leerle el currículum, en la contratapa, para no querer perderme ni una sola de sus 355 páginas. Decía así: "Nació en Bolívar, Antioquia, en 1938. Abogado de la Universidad La Gran Colombia, Bogotá. Citador del Juzgado Municipal de Bolívar, Antioquia. Secretario de la inspección de Policía de Salgar. Archivero de la Caja Agraria en Bogotá e Inspector de Policía de Teusaquén, Cundinamarca".

Julio, sin embargo, nunca me creyó que lo hubiera leído. Y todo porque una semana después de regalármelo, con una dedicatoria muy querida, tuve el infortunio de que me viera en un programa de televisión sobre libros -grabado un mes antes-, respondiendo que la obra que estaba leyendo en ese momento era Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías.

"Gracias, por recomendar Burbujas", me dijo con ironía un día después del bendito programa. Como no pude convencerlo de que esa había sido una contestación vieja, agregó: "Ese es el problema de regalar libros, que la gente no los lee". Testigo de eso fue un amigo en común, recién salido de un canazo no recuerdo el por qué, quien de manera oficiosa le dijo: "Pues te equivocas, Julito, porque a mí también me lo regalaste y te consta que yo sí me lo leí completo en dos días". "Sí, hermano, pero vos estabas preso. Así no tiene gracia", fue su respuesta.

En tiempos de la librería Gran Colombia, la de la 18, Julio Martín fue de la cúpula de una tertulia de verdaderos maestros de la palabra. Se hablaba allí tanto y tan bueno, que los conversadores, por iniciativa del autor que hoy celebro, decidieron comprar el establecimiento para que nadie le fijara límites a la charladera, que a veces se prolongaba hasta la madrugada. El resultado fue que terminaron quebrándolo entre todos. Pero como si nada, pues mientras los liquidadores sacaban cajas de libros para pagar deudas a las editoriales, y los maestros de obra convertían en escombros las estanterías, los afectados ni cuenta se daban por estar ocupadísimos en debates de urgencia: "El autor de Percal es Homero Expósito, Podestá es el cantante, hombre", "con lo cretino que es fulano es muy probable que lo nombren ministro", "en esa novela el interés decae al comienzo", etc. De igual forma, pues, a como algunos bohemios se beben sus propias tabernas, los contertulios de la Gran Colombia se conversaron íntegra su librería. Un día llegaron y había allí un negocio con otro nombre, y para un uso que les pareció insólito: vender libros.

Julio Martín nos entrega en La guasa de Grillín sus ácidos versos sobre los asuntos más triviales. Y nos encima, como protagonista que fue de la extinguida tertulia de la Gran Colombia, mucha de la labia que se derrochó en ese antro de perdición del tiempo, por parte de los conversadores más ingeniosos de la Bogotá de los últimos treinta años del siglo XX: Mario Vélez, Héctor Rojas Herazo, Iván Posada, Enrique Sánchez, Jorge Child, Iván Ocampo, Álvaro Vélez, Chucho Bejarano, Rafael Stevenson...

No se dejó Julio despedir por sus amigos cuando le dio la ventolera por devolverse, con Olga su mujer, a su pueblo de origen en la quinta porra de Antioquia. De por allá comenzó a reportarse ante sus amigos por celular, humillándonos de lo bueno que vivía e invitándonos a que lo visitáramos, pues él a Bogotá no volvería ni a apagar un incendio. Y lo cumplió, pero de una manera que no esperábamos: quedándose muerto en la sala de su casa el pasado 21 de abril, a los 69 años.

Por haberse ido hace ya unos años, en lugar de asumir que no lo veremos más nunca, seguimos diciéndonos que hace rato no lo vemos.

*A la venta en Lerner.

lisandroduque@hotmail.com

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