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Lisandro Duque Naranjo

La enorme concurrencia del aeropuerto caleño Alfonso Bonilla Aragón soltó un rumor súbito tan pronto se hizo visible la nave que traía desde la selva a SIGIFREDO LÓPEZ.

El haber estado tanto tiempo mirando hacia el mismo punto del cielo, explica que la multitud produjera esa exclamación simultánea cuando el helicóptero no excedía aún el tamaño de un zancudo entre las nubes. Finalmente el aparato, ya con su corpulencia de ballena, se posó suavemente en la pista donde se tomó su tiempo hasta que se le calmaran las aspas. Zumbaban éstas todavía cuando Lucas y Sergio, los dos hijos del pasajero principal, pegaron una carrera de cien metros que lograron cubrir mientras su papá bajaba el peldaño de la escalerilla que le devolvió el contacto con el pavimento luego de seis años y diez meses pisando el pantano de la tierra virgen.

Por poco lo derriban el par de muchachos. Para que no lo agarrara desprevenido esa embestida filial, Piedad Córdoba había tenido la precaución de llevarle, cuando se lo entregaron las FARC, una foto de ellos convertidos en unos jayanes durante el tiempo en que dejó de verlos. Eso ayudó a que el recién liberado se plantara como debía y ese encontronazo entrañable apenas le tumbara el sombrero.

A Alan Jara, en Villavicencio, fue su hijo también, Alan Felipe al que “oyó crecer por radio”, quien prácticamente lo levantó en vilo, en la puerta del helicóptero, clausurando por fin la larga ausencia.

¿Tendrá que esperar a crecer más el pelado de once años, hijo del soldado en cautiverio que ni siquiera alcanzó a verlo nacer, para tener la fuerza suficiente que le permita alzar a su papá cuando lo devuelvan? El profesor Moncayo duerme con sus cadenas puestas, al igual que su hijo Pablo Emilio. ¿Podrán pronto dormir ambos, en casa, con las manos sueltas?

Conocí hace poco a Consuelo González y a Alan Jara. Éstos devueltos de la selva no se imaginan el arrobamiento que suscitan. Piensan que es apenas solidaridad, lo que les basta y agradecen. Pero hay mucho más ahí, algo mítico: si la selva es la infancia del planeta, ellos han regresado de varios milenios atrás. La mayoría de los que van volviendo, porque los rescatan, o los devuelven, o huyen, en realidad nunca se “pudrieron” como tanto se dice, incluso por ellos mismos. Por el contrario, son un triunfo de la resistencia humana ante las situaciones extremas.

En voz baja porque expresarlo a todo chorro es políticamente incorrecto, todo el mundo comenta que regresaron agraciados. Estuvieron tanto tiempo consigo mismos, y sufrieron tantos vejámenes, que terminaron ennoblecidos. Usar el celular en su presencia se me antojaba ridículo, como si frente a ellos se ruborizara la modernidad. Además volvieron sin rabia, un hecho rarísimo en este país que se la pasa con tanta piedra. Enfrentaron tanto tiempo la inminencia de la muerte, por los bombardeos, las culebras, los ríos, las enfermedades, las tentaciones del suicidio, que terminaron haciéndose invencibles.

Ha dicho el Gobierno que regresaron hablando cosas raras, y que deberían callarse un tiempo por prescripción médica. Y por decreto. Pues que los lleven al Parque Nacional para que conversen con los árboles. La verdad es que le dan a uno pena las ocurrencias de los “civilizados”. Qué tal, por ejemplo, las preguntas de algunos periodistas a Sigifredo López: que por qué razón él se escapó de completar la docena de diputados muertos. Al hombre le tocó justificar por qué seguía vivo.

Quien sí va y vuelve rápido de las ciudades a la manigua es Piedad Córdoba. En cuatro días recorrió tres selvas distintas del sur, el oriente y el occidente colombianos. Eso es lo que se llama aterrizar y hacer volar alto a un país. En ese lapso, superó conspiraciones del poder, corrió peligros, generó crisis que nunca se propuso, gastó baterías de celular llamando adonde tocara, atendió “picnics” ineludibles y, finalmente, coronó, con su turbante intacto, una misión que una semana antes era ilusoria: liberar a los dos últimos políticos en poder de las FARC y a los 4 primeros militares que serán el prólogo de un acuerdo humanitario.

lisandroduque@hotmail.com

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