
Por: Lisandro Duque Naranjo
“Oiga, dizque no hay conflicto armado. ¿Entonces qué estamos haciendo aquí, hermano?”. La anécdota la contó Alan Jara en charla del pasado miércoles en
Habló también de los uniformados que estaban en poder de las FARC desde antes que esa organización comenzara a agarrar políticos, y continúan allí mucho después de que éstos ya disfrutan de su libertad. Si bien los últimos lograron estar por la calle a desgano del Gobierno y luego de muchos ruegos y peligros, el hecho es que esa mayoría de militares que permanecen cautivos son para el Gobierno los de lavar y planchar: se los asciende en ausencia, se les reconoce el sueldo, y si no se fugan o se esperan a que los rescaten por asalto, o mueran, frescos que hasta de su jubilación sabrán algún día por radio. En cuanto a sus exequias, que cuenten con unas muy pomposas, con Presidente a bordo y todo.
Alan, un gallo fino al que Uribe no le da un brinco, esgrime reflexiones que les suenan sacrílegas tanto al Gobierno como a esa galería de concurrentes insaciables a un circo romano que son los uribistas. Esta, por ejemplo: “Si la política de las FARC es soltar gente, ¡bienvenida!”. El ex secuestrado no olvida cuánto se le remozaba la vida cada vez que escuchaba por radio sobre cualquier gestión emprendida por quien fuera para devolverlo a casa, aunque al final se malograra.
“Los segundos en la selva son eternos, pero como los días son iguales, las semanas se hacen cortas”, dijo también Alan. Refiriéndose a su readaptación, ya libre, a la vida urbana en Villavo, comentó que “las primeras noches el silencio no me dejaba dormir”. La fauna salvaje parece llevar una vida nocturna más intensa que la de
Jara, aludiendo a aquellas jornadas dramáticas en que pareció frustrarse su regreso a casa, lo que por fortuna no ocurrió —pese a los aviones que Juan Manuel Santos puso a zumbar para tirarse en todo—, dice: “Entonces fue cuando los planetas volvieron a alinearse”. Ignoro si el ingeniero es aficionado a la astronomía. De no ser así, esa referencia cósmica pudiera atribuirse al hecho de que los secuestrados deben mirar mucho hacia arriba, en esos escasos lugares donde la selva permite ver el cielo.
Sensaciones de mucha altitud para que las entienda alguien que en estos tiempos es capaz de hablar de algo tan charro como “las encrucijadas del alma”. No hay caso.