(En los 25 años de la EICTV). Fui director, del 94 al 96, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba, luego de hundido el socialismo en el mundo, cuando la isla se encontraba en período especial, y ese centro educativo acusaba parcialmente el impacto de la escasez que afectaba a todo el país. Hambre jamás hubo, pero sí precariedad en los sabores y en la textura de los alimentos, pues aceite no se conseguía ni para remedio, y las ensaladas, para dignificarlas, había que rociarlas con jugo de toronja.

Tiene la EICTV, además de célebres profesores latinoamericanos, europeos y gringos, un buen porcentaje de cineastas cubanos con filmografía meritoria. A uno de éstos, que llamaré Amaury, lo invité para que dictara un taller internacional de guión. Me aceptó de inmediato, creo que no apenas porque tenía mucho que enseñar, sino porque al vivir temporalmente en la escuela disfrutaría de aire acondicionado en su apartamento, de luz para saciar su disciplina de lector y de una videoteca de clásicos y novedades fílmicas de todo el planeta que podía llevarse a su habitación. Supongo que lo atraían también la leche y el yogurt, que a los cubanos del común les llegaba por libreta, en esa etapa difícil, sólo si en sus casas había niños o ancianos, lo que no era el caso suyo, pues vivía apenas con su esposa.
Llevaba dos días Amaury en su trabajo, cuando con mucha vacilación llegó hasta mi oficina a preguntarme si podía llevarse a la escuela a su mujer. Casi no expresa su pedido, pues le parecía un descaro, de modo que le dije que ni más faltaba, ya que eso no era una concesión de mi parte sino un derecho suyo, como el de todos los profesores, así que al día siguiente llegó a la escuela su compañera, a la que llamaré Lourdes.
En 2002 supe por un amigo que Amaury, aprovechando un viaje a México, cruzó la frontera y pidió exilio en Miami. En 2005 tuve de fotógrafo de mi película Los actores del conflicto al cubano Raúl Pérez, y al preguntarle por Lourdes, me dijo: “Fíjese que Amaury logró que en Cuba le dieran permiso de salida y ya está con él en Miami”.
—¿Y Stan? —le pregunté.
“Bueno, ella dijo que si no la dejaban entrar con él a Miami, prefería quedarse en Cuba. Eso demoró los trámites como seis meses, ya usted sabe, los permisos sanitarios y todo eso, sobre todo porque el perro ya está viejo… pero al final ganó, y allá están los tres juntos”, fue su respuesta.
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