Dos Marulandas

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Por: Lisandro Duque Naranjo

MUCHO EMPEÑO LE HA PUESTO EL Gobierno a perseguir camisetas, películas, pinturas o estatuas inspiradas en las FARC o en su ya fallecido fundador Manuel Marulanda Vélez.

Hace un año, con motivo de la presencia de un video de Raúl Reyes en una universidad de Santiago de Chile, hubo reclamos de nuestra Cancillería ante el gobierno de ese país para que agarrara a quienes lo exhibían. Pero la Bachelet ni cuidado les puso. Al poco tiempo, en un museo londinense, una muestra de arte colombiano tenía entre sus piezas otro video en el que se veía a guerrilleros, de los tiempos del Caguán, bailando vallenato.

Pues hasta allá llegó una carta del embajador colombiano en ese entonces, Carlos Medellín, en la que exigía el retiro de esa obra por constituir una afrenta a nuestro país. El museo cumplió la orden, no obstante lo insólita, pero de todas maneras instaló en el espacio vacío un letrero en el que hacía constar el acto de censura. Durante varios años, a nuestro gobierno le quitaban el sueño los jóvenes daneses que estampaban camisetas con logotipos de las FARC, para efectos de unas modestas finanzas a favor de la organización armada.

Los insomnios palaciegos culminaron cuando un tribunal de Copenhague condenó a dos y cuatro meses de arresto a varios de los ingenuos activistas. De haber dependido de nuestras autoridades, el castigo a esos amantes del mito del buen salvaje latinoamericano —encarnado a su juicio en las FARC— no hubiera rebajado del merecido por los terroristas más bravos.

La semana pasada la alharaca oficial fue contra unos chavistas que le erigieron un busto a Marulanda Vélez en una plaza del populoso y combativo barrio 23 de Enero de Caracas. La efigie, con una toalla de bronce colgada del hombro, no se parece ni poquito al rostro del homenajeado. Pero no tener nada que ver con el original como que es el destino de las pobres estatuas. Sartre, en una diatriba contra la estatuaria ecuestre, dijo que “un hombre muerto sobre un caballo muerto valen menos que la mitad de un vivo”.

Se ha escapado, por razones obvias, de que lo persigan u hostilicen el pintor Fernando Botero, quien hizo un retrato bonachón del legendario líder, obra que creo pertenece a la muestra permanente del Museo Nacional. Que se sepa, no han llegado allí tropas a descolgarlo.

Le bota mucha corriente este régimen a la empresa de borrar del mapa la inevitable iconografía que suscita, por dentro y por fuera del país, el fundador de las FARC. Hay dos Marulandas, sin duda, el último de los cuales fue desbordado por circunstancias que en su calidad de símbolo no logró manejar. La conversión de las FARC en un ejército inmenso y próspero, a mi juicio terminó por arrinconarlo cual patriarca al que se saca al patio para asolearlo mientras los guerreros de su sanedrín tomaban las decisiones.

El primer Pedro Antonio Marín, el Tirofijo inicial, el Marulanda desconfiado hasta de su sombra, el de la resistencia contra los terratenientes, el escaso de bienes al que los universitarios le enviaban el anacín y el agua oxigenada, el comandante de cuando no existía el Secretariado, ni se secuestraba, ni se disponía de cilindros bombas, es el que difícilmente desaparecerá del imaginario nacional. Seré muy romántico, pero me parece que las guerrillas tienen la obligación de ser pobres. No les luce ser profesionales.

Negarle a Marulanda su dimensión clásica, no la reciente, le será imposible a cualquier gobierno. Restituírsela, honrando su ejemplo antiguo, debiera ser obligatorio para quienes ahora ejercen como sus herederos.

lisandroduque@hotmail.com

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